Un día nos encontrábamos de paseo mis amigos y yo,
y mientras uno de mis amigo conducía por las hermosas calles de la ciudad, de pronto
freno repentinamente y mis manos (ambas) se pusieron frente a mi, oponiendo
resistencia para que mi rostro no se estampara con el parabrisas, (aunque
sinceramente no fue una frenada muy fuerte), pude ver la pronta reacción de mi
cerebro dando la orden a mis brazos y manos para que me salvaran la vida porque
estaba en un evidente peligro.
Hoy meditando sobre eso y otras pequeñas
situaciones, recordé la tan conocida palabra de Dios que nos enseña que
nosotros somos un solo cuerpo; el cuerpo de Cristo (1ra Corintios 12-
Efesios 4) y meditando en ello me puse a analizar (que si mal no recuerdo)
mis manos nunca se han golpeado entre si, tampoco mi pie izquierdo a pisado al
derecho intencionalmente (ni viceversa), ninguno de mis ojos a volteado a mirar
al otro con coraje, envidia, celos, odio ni mucho menos, cada parte de mi
cuerpo sabe su función y trabaja bien en ello, sin entorpecer la labor de las
demás... Entonces digo yo, no entorpezcamos el trabajo o la función de los demás, no mires feo a nadie sino que permanezca el amor fraternal entre nosotros, no odiemos ni ofendamos a nuestro hermano (a), antes bien, si los vemos en peligro (como mi cerebro y manos vieron a mi cara), SALVEMOSLES LA VIDA y ayudémonos unos a otros a permanecer firmes e integros como un cuerpo sano y funcional.
Pero sobre todo, he notado que cuando quiero adorar y glorificar a Dios, mi cuerpo entero quiere participar, mis manos se levantan, mis ojos derraman lagrimas, mis labios elevan canto y dulces palabras que fluyen de mi corazón, mi mente solo piensa en exaltar a Dios, mis pies danzan, mis rodillas se doblan y todo en mi quiere rendirse a Dios...
"Cuando todos
vieron descender el fuego y la presencia de Dios... Se arrodillaron y se
inclinaron hasta tocar el suelo con la frente; y adoraron a Dios"... (2da. Crónicas 7.3)
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